jueves, 19 de agosto de 2010

LA SUEGRA..


La Suegra

Hace mucho tiempo, una joven llamada Lili se casó y fue a vivir con el marido y la suegra.


Después de algunos días, no se entendía con ella. Sus personalidades eran muy diferentes y Lili fue irritándose con los hábitos de la suegra, que frecuentemente la criticaba.





Los meses pasaron, Lili y su suegra cada vez discutían más y peleaban.

De acuerdo con una antigua tradición china, la nuera tiene que cuidar a la suegra y obedecerla en todo. Lili, no soportando más vivir con la suegra, decidió tomar una decisión y visitar a un amigo de su padre. Después de oírla, el tomó un paquete de hierbas y le dijo: 'No deberás usarlas de una sola vez para liberarte de tu suegra, porque ello causaría sospechas. No discutas, ayúdala a resolver sus problemas. Recuerda, tienes que escucharme y seguir todas mis instrucciones. “Lili respondió: Si, Sr. Huang, haré todo lo que el señor me pida.



Lili quedó muy contenta, agradeció al Sr. Huang, y volvió muy apurada para comenzar el proyecto de asesinar a su suegra segun ella con las hierbas que le habian otorgado.


 
Pasaron las semanas y cada dos días, Lili servía una comida especialmente tratada para su suegra. Siempre recordaba lo que el Sr. Huang le había recomendado sobre evitar sospechas, y así controló su temperamento, obedecía a la suegra y la trataba como si fuese su propia madre. Después de seis meses, la casa entera estaba completamente cambiada. Lili había controlado su temperamento y casi nunca la aborrecía. En esos meses, no había tenido ni una discusión con su suegra, que ahora parecía mucho más amable y más fácil de lidiar con ella. Las actitudes de la suegra también cambiaron y ambas pasaron a tratarse como madre e hija.


Un día Lili fue nuevamente en procura del Sr. Huang, para pedirle ayuda y le dijo: Querido Sr. Huang, por favor ayúdeme a evitar que el veneno mate a mi suegra. Ella se ha transformado en una mujer agradable y la amo como si fuese mi madre. No quiero que ella muera por causa del veneno que le di.


El Sr. Huang sonrió y señalo con la cabeza: 'Lili no tienes por que preocuparte. Tu suegra no ha cambiado, la que cambió fuiste tú. Las hierbas que le di, eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en su mente, en su actitud, pero fue echado fuera y sustituido por el amor que pasaste a darle a ella'.


A veces creemos que las exigencias de Dios son muy duras. Creemos que no tenemos porque obedecerlas. Sin embargo, una vez que probamos su amor, la obediencia fluye sola. Jesús nos cautiva con su amor y entonces cuando lo probamos no nos cuesta obedecerlo.






Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.


Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.


Juan 15:10

UN NUEVO ESPEJO PARA EL ALMA DE ANGEL..

UN NUEVO ESPEJO PARA EL ALMA DE ÁNGEL



Ángel Pérez, de Montevideo, Uruguay, tenía ocho años cuando, por primera vez en la vida, contempló su rostro normal al mirarse al espejo tras una operación quirúrgica.




El niño había nacido con una enorme mancha en el lado izquierdo de la cara. La mancha era tan grande que le abarcaba el cuello y una oreja. El aspecto del rostro de Ángel era tan feo que los compañeros de escuela lo rehuían.





A una acaudalada mujer argentina, que prefirió permanecer en el anonimato, le llamó la atención el patético caso de Ángel y se compadeció de él. Mediante el Club de Leones de Montevideo, la benefactora contrató los servicios del eminente cirujano plástico José Pedro Cibils Puig, que ya años antes había realizado una operación similar en una niña panameña. La operación del cirujano, que fue un rotundo éxito, le devolvió al niño un rostro normal, y contribuyó a que se normalizaran, al mismo tiempo, su alma, su carácter y su vida entera.









Bien se dice que el rostro es el espejo del alma. El rostro traduce todos los sentimientos que agitan el alma. El amor, el odio, la alegría, el pesar, la tranquilidad, el miedo: todo se refleja en las líneas del rostro. Y aun las distintas conformaciones de carácter, así como las enfermedades físicas y mentales, pueden leerse en el rostro como en un libro abierto.






La Biblia dice que cuando Dios no recibió la ofrenda de Caín con el mismo gusto con que recibió la ofrenda de su hermano Abel, en el rostro de Caín «se le veía lo enojado que estaba». Mucho antes de que aquel hijo mayor de Adán y Eva se convirtiera en el primer fratricida, cometiendo el terrible delito de matar a su hermano, ya las intenciones de Caín se dibujaban en su rostro. No le era posible ocultarlas. Y es así con todos nosotros. Porque en el rostro llevamos dos sellos.



El primero, desteñido y desdibujado, es el sello de la hermosura y la gloria que tuvimos en la inocencia. En cambio, el segundo, cada vez más ordinario y pronunciado, es el sello de nuestras pasiones febriles, de nuestros disgustos, de nuestros malestares, de nuestros tormentos y de todas nuestras aflicciones.














Gracias a Dios, su Hijo Jesucristo, el Médico divino, el Gran Cirujano Plástico, es capaz de darnos un nuevo corazón y, con él, un nuevo rostro. Permitámosle a Cristo que cambie nuestro semblante por completo. Pidámosle que nos dé, así como el cirujano le dio a Ángel Pérez, un nuevo espejo para el alma, de modo que la paz que se dibuja en nuestro rostro refleje la transformació n que se ha efectuado en nuestro corazón.

EL TESORO ESCONDIDO (Mes de la Biblia en Guatemala)

Don Julio Gómez Arbizú hacía un viaje a caballo por el campo. Al ocultarse el sol, pidió posada en una casa que estaba a la vera del camino. La casa tenía aspecto de pobreza. No había muebles, y la alimentación era escasa. Todo daba la impresión de suma indigencia.

La señora de la casa era joven, y sin embargo en su rostro se veían las huellas de una vida llena de sinsabores. No era de extrañarse. Su esposo era un borracho empedernido que la maltrataba una y otra vez.

Mientras el visitante miraba el aspecto de aquel hogar, vio una vieja y olvidada Biblia que estaba en un rincón. Al despedirse, le dijo a la familia: «Hay en esta casa un tesoro que los puede hacer ricos.»

Después que el forastero partió, los dueños de la casa comenzaron a buscar lo que a su juicio tendría que ser una joya o una vasija llena de oro. Hasta hicieron hoyos en el piso, pero todo sin resultado.

Un día la señora levantó la Biblia olvidada, y encontró escrita en la guarda esta nota: «Lea Salmo 119:72.» En ese pasaje de los Salmos encontró la siguiente afirmación: «Para mí es más valiosa tu enseñanza que millares de monedas de oro y plata.» La señora, recordando las palabras del visitante, se preguntó: «¿Será éste el tesoro del que habló el forastero?»

Así que le comunicó al resto de la familia lo que pensaba, y empezaron a leer la Biblia. Con eso, un gran milagro comenzó a efectuarse. El borracho se convirtió en un hombre trabajador. El color volvió a las mejillas de la señora. La armonía desplazó el resentimiento, y la felicidad retornó al hogar.

 
Cuando el forastero visitó de nuevo la casa, había desaparecido de ella todo indicio de tristeza. En su lugar reinaba la paz. Con el corazón rebosante de gratitud, la familia le dijo: «Encontramos el tesoro, que se ha convertido en todo lo que usted nos dijo.»

Lo cierto es que la Biblia es el Libro por excelencia. Produce resultados positivos en la vida de quienes lo estudian con fe y con devoción.

 
¿Con cuánta frecuencia leemos nosotros la Biblia? ¿Hemos leído la historia de Abraham? ¿Hemos experimentado la satisfacción que produce la lectura de los Salmos? ¿Hemos seguido la vida de Cristo? Si no hemos leído la Biblia, hemos hecho caso omiso del mensaje más importante para nuestra vida.

Leamos la Biblia. En ella encontraremos tesoros que cambiarán nuestra vida. Leámosla con sinceridad y fe. Dios, mediante su Santa Palabra, quiere hablarnos. Leamos ese tesoro que hace rico a todo el que lo descubre.







EL DIABLO DE LOS MUSULMANES









Era una de las celebraciones grandes en la Meca musulmana. Se trataba de una de las fiestas tradicionales de la religión islámica. Realizaban, con miles de peregrinos, el ritual de apedrear al diablo.

La costumbre se llevaba a cabo en cuevas donde, según la tradición, residía el maligno. La multitud iba de cueva en cueva con piedras en las manos y las arrojaban —decían ellos— contra el diablo. Sólo que en esta ocasión se produjo una estampida de tales proporciones que cundió el pánico en la multitud.


Cuando todo hubo pasado, además de haber muchos heridos, hubo 829 muertos. Algunos de ellos fueron pisoteados, otros golpeados y otros apedreados.

Muchos le tienen terror al diablo; otros se burlan de él. Otros procuran exorcizarlo con ritos y ceremonias, mientras que otros niegan su existencia. Para los musulmanes la costumbre es tirarle piedras una vez al año, y muchas veces hay pánico colectivo que deja como saldo a muchos muertos y heridos.

¿De veras existe el diablo? La Biblia dice que sí, y que es el enemigo más grande del hombre. La Biblia lo llama destructor, acusador, príncipe de este mundo, y padre de la mentira. No sólo existe, sino que encarna todas las fuerzas malignas que se oponen a Dios y a su Hijo Jesucristo.
Sin embargo, las armas que se toman contra Satanás no son ni piedras ni ninguna cosa inanimada. El diablo es una persona, y la única manera de neutralizar su influencia es tener a Jesucristo en el corazón.

El apóstol Juan, en su primera carta a la iglesia universal, declara: «El que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Es decir, Cristo, que habita en el corazón de todo el que le da entrada, tiene más poder que Satanás, que habita en este mundo.

Si hemos llevado una vida de luchas continuas, de problemas interminables, de aflicciones, contiendas, hostilidades y altercados constantes, es posible que hayamos provocado todo ese malestar nosotros mismos, pero también es posible que Satanás haya estado procurando quitarnos toda noción de tranquilidad, paz y armonía.
La única fuerza en el universo que puede contrarrestar la fuerza del diablo es Cristo, que venció a Satanás mediante su muerte en la cruz. Por eso el que acepta a Cristo como su Señor y Redentor ya no tiene que temer al diablo, porque éste no tiene ningún dominio sobre él.

Coronemos a Cristo como Rey de nuestra vida. Rindámonos a Él. Sometámonos a su señorío. Él apedreó al diablo de una vez por todas al morir en la cruz por nosotros.