martes, 9 de septiembre de 2008

MIA ES LA VENGANZA




«MÍA ES LA VENGANZA»

La nota estaba firmada por Baruch Goldstein. La había escrito en la víspera de una horrible masacre que él mismo había organizado y en la que había participado. El mensaje era una oración, y decía:

«Si me toca morir, que Dios me libre. Sea mi muerte una expiación por todos los pecados y transgresiones que he cometido delante de ti. Y puedas tú darme un lugar en los cielos, y permitirme entrar en el oculto mundo de los justos.»

Baruch Goldstein, judío celoso de su fe, dirigió una masacre en Hebrón, Palestina. Llevó a cabo la matanza de treinta musulmanes que adoraban a Alá en una mezquita, muriendo él mismo en el atentado. El mundo se horrorizó con el hecho, pero para Baruch era una hazaña que Dios tendría que premiar.

Todo el mundo tiene derecho a su propia religión. Todo el mundo tiene derecho a adorar como mejor le parezca. Pero si la religión de alguien exige alguna acción que perjudique a otra persona o entidad, y si, sobre todo, exige quitarle la vida a cualquier ser humano, esa debe ser suficiente prueba de la falsedad de la tal religión.
El Dios Creador del cielo y de la tierra, Autor de todo el universo, no necesita que lo defendamos. No podemos ganarnos su favor ignorando sus leyes divinas ni mucho menos quebrantándolas.

Nadie habrá de salvarse, como lo pensaba Goldstein, por matar a treinta personas de otra religión. El martirio de cualquiera que es provocado por la acción de una masacre de esta índole no es, y nunca podrá ser, un acto expiatorio por el que Dios tiene la obligación de conceder la salvación eterna.

Las palabras de Jesucristo vienen al caso aquí: «Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan... . ¿Qué mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los pecadores lo hacen así. ¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así» (Lucas 6:27,28,32‑33).

El apóstol Pablo escribió: «No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: “Mía es la venganza; yo pagaré”, dice el Señor» (Romanos 12:19).
La única muerte que es expiatoria es la muerte de Cristo. Y Él no murió para darle muerte a la humanidad; Él murió para darle vida. No busquemos la venganza sino el arrepentimiento. La petición más poderosa en todo idioma es: «Perdóname». Hagámosela tanto a Dios como a nuestros semejantes


**SOLO TENDRE TODO DE DIOS CUANDO EL TENGA TODO DE MI***
GEOVANI

EL OLOR DE LA MUERTE



EL OLOR DE LA MUERTE

Las puertas de la sala de emergencia se abrieron. Los enfermeros apresuraron la entrada de la camilla. Traían a Gloria Ramírez, de treinta y un años de edad, con fallo cardíaco. El médico de turno y cinco ayudantes la atendieron. Pero no bien abrieron una de sus venas para sacar sangre, vapores tóxicos invadieron el cuarto. La doctora Julie Gorchynski se demayó, y otras cinco enfermeras sufrieron graves intoxicaciones.

El hospital Central de Riverside, California, inició una investigación minuciosa del asunto y la conclusión a la que llegaron sobre los misteriosos vapores fue la siguiente: «Simplemente se trataba del olor de la muerte.»


No se conoce otro caso como este en los anales de la medicina. De la sangre de una mujer joven brotaron vapores sulfurosos y amoniacales con un olor tan horrible que los científicos de la Universidad de California no encontraron otra manera de describirlo más que con decir: «Se trataba del olor de la muerte.»
Interesante esa frase: «olor de la muerte». ¿Acaso no se encuentra el olor de la muerte también en otros lugares?

El olor de la muerte está en cada paquete de drogas que se pasan de contrabando. Porque la droga es la muerte de cuerpo, mente y conciencia.

El olor de la muerte está en cada casino y en cada sala de juego que abre sus puertas. Porque el juego de azar es la ruina moral y económica de millones.

El olor de la muerte está en cada expendio de licor que recibe a sus clientes con estantes llenos de botellas. Porque dentro de cada botella está el veneno alcohólico que destruye a individuos, familias y sociedades.

El olor de la muerte campea en cada matrimonio que descuida sus votos y comienza a emplear palabras como «separación» y «divorcio». Estas lanzan, entre esposo y esposa, el resentimiento, el odio, el despecho y la venganza, que destruyen la unión más importante de la raza humana: el matrimonio.

El olor de la muerte brota violento en cada aborto, porque se mata a un ser viviente en el vientre materno que hasta ese momento le ha dado la vida que tiene.
De cada actividad humana que se desarrolla sin el temor de Dios brota el olor de la muerte, porque todo lo que se hace ignorando las normas divinas, produce muerte. Sólo Jesucristo puede dar la vida que contrarresta la muerte. Sólo Cristo puede regenerar, salvar y reformar por completo al hombre y a la sociedad. Sólo Él es vida. Todo lo contrario a Él, es muerte.


**SOLO TENDRE TODO DE DIOS CUANDO EL TENGA TODO DE MI***